Página Católica

domingo, 13 de noviembre de 2016

El Padre Nuestro

EL PADRE NUESTRO
Uno de los Discípulos  de Jesús le dijo: “Maestro, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11,1), y Jesús les enseñó el “Padre Nuestro”, que es la oración cristiana por excelencia, (Lc 11,1-4). Le pedí al Padre Antonio Goya G., Pbro. de la Parroquia San Juan María Vianney (Valencia), de donde soy, que me aclarara ciertas dudas sobre esta oración, al respecto me respondió:
Hermano

Me baso en el bello comentario que tiene San Cipriano sobre el Padre Nuestro. (Lo podrás encontrar más desarrollo en internet sin duda alguna[1])
Padre nuestro:
No decimos "padre mío, el pan mío, ni mis ofensas"  porque nuestra oración es pública y comunitaria.  Oramos como un solo pueblo guiados por un sólo Espíritu. Ni nos atreveríamos a decir a Dios PADRE si no hubiera sido Cristo que, con muerte y resurrección, nos ha hecho hijos de adopción, y llamar a Dios “Padre” hemos de actuar como hijos de tal Padre. Todos tenemos un Padre común, por tanto somos hermanos unos de otros.
Que estás en el cielo
Es una manera de hablar topográficamente. De la misma manera que en el credo decimos que Cristo bajó a los infiernos. Cielo e infierno, según la fe cristiana no designa un lugar, sino un estado. Infierno = ausencia  de dios. Cielo o paraíso = Dios lo llena todo.
Santificado sea tu Nombre
Decir “santificado sea tu nombre” no es en sentido que nosotros santificamos a Dios (para un judío nombre y persona es lo mismo. Por eso en la biblia no se da el nombre de Dios, ya que su esencia no puede expresarse en palabras humanas). Pedimos y rogamos que los que fuimos santificados por el bautismo, perseveremos en la santidad. "Sean santos porque yo soy el Señor vuestro Dios, soy santo" ya leemos como una orden en el Levítico 19, 2.
Y termina san Cipriano diciendo "lo que pedimos es que permanezca en nosotros esta santificación que nos viene de su gracia, sea conservada en nosotros con ayuda de esta misma gracia.
Venga a nosotros tu reino;[2]
Pedimos que se haga presente en nosotros el reino de Dios, del mismo modo que suplicamos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque no hay un solo momento en que Dios deje de reinar, ni puede empezar lo que siempre ha sido y nunca dejará de ser. 
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Lo decimos no en el sentido de que Dios haga lo que quiera, sino de que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios… La voluntad de Dios es la que Cristo cumplió y enseñó…
Danos hoy nuestro pan de cada día;
Continúa San Cipriano explicando: Esto puede entenderse en sentido espiritual o literal, pues de ambas maneras aprovecha a nuestra salvación. En efecto, el pan de vida es Cristo[3], y este pan no es sólo de todos en general, sino también nuestro en particular. Porque, del mismo modo que decimos: Padre nuestro, en cuanto que es Padre de los que lo conocen y creen en él, de la misma manera decimos: El pan nuestro, ya que Cristo es el pan de los que entramos en contacto con su cuerpo.
Perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden
Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados. Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir el perdón de los pecados, despierta con ello nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo… es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa.
 no nos dejes caer en la tentación,[4]
La tentación no es pecado en sí misma, pues tenemos la facultad de enfrentarla, por eso pedimos la ayuda de Dios para no ceder ante la tentación. La gracia divina nos garantiza fortaleza y firmeza para ser fieles (cf. Flp 4, 13)
  
y líbranos del mal.
El Señor es refugio, es puerto seguro para los que le abren su corazón, ya que caminar junto a Él es vencer las tinieblas, el mal y el pecado. La Palabra de Dios nos dice: “si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31)
 Amén.
Y con el Amén, decimos “así sea” y manifestamos nuestra confianza en que nuestras peticiones serán escuchadas.



[4] Esta parte la tomo de Elizabeth Gallardo, hmsp




[1] http://textoshistoriadelaiglesia.blogspot.com/2013/06/del-tratado-de-san-cipriano-sobre-el.html
[2] A partir de acá la tomo de la Oración de San Cipriano
[3] Resaltado mío